lunes, junio 28, 2004

Checos y portugueses



Los españoles no tragamos a los franceses porque nos miran por encima del hombro. Ya se sabe: creen que África empieza en los Pirineos y nos vuelcan las fresas. Con Portugal, en cambio, los franceses somos nosotros. Les tomamos por un pueblo atrasado (que no obstante, ve el cine en versión original, como recordaba Carlos Pumares antes de convertirse en freak de masas), de mujeres bigotudas y entregado a sus gallos y sus toallas. Ni siquiera, puestos a encadenar tópicos, recordamos su delicioso bacalao. Sería lógico, por tanto, que los portugueses nos miraran como miramos nosotros a los franceses. Pero no es así. Para el portugués, un español es como un hermano. Y hasta nos tienen cierta admiración, como quien mira a su hermano mayor. Yo, desde que estuve en Lisboa, les guardo cariño Por esa humildad, por su bacalhau, por los pasteles de Belém, por los tranvías... Y porque, vayas donde vayas, encuentras gente educada que además de portugués habla inglés y español. Cuando España cayó eliminada, me alineé emocionalmente con ellos. Una semana después, en cambio, ya no lo tengo tan claro. Desde anoche.

Salieron los checos atrás, irreconocibles, como si les pesara el favoritismo, como si les hubieran quitado la alegría. Les habían quitado la pelota, que para ellos viene a ser lo mismo. Lo que para equipos como Italia es una carga a ellos les da la vida; por eso todos nos alegramos de que unos caigan a la primera y de que otros sigan vivos. Pero los daneses, cara eternamente amable, acumulaban más de un 60% de posesión. No les servía de mucho, faltos como estaban de pegada, con Tomasson aburrido y solo. Y se vio en el segundo tiempo. Un balón a más de dos metros de altura, la cabeza de Koller que pasaba por allí, y adiós dominio. Un pase imposible de Poborski que sólo vieron él y Baros, y fin del partido. No hubiera hecho falta ni la puntilla, pero tampoco eso escatimaron los checos. Sacaron sus razones en un cuarto de hora escaso y les bastó. Nos deslumbraron con tres fogonazos que valieron más que 90 minutos de cualquier equipo. Definitivamente, me alineo con ellos. Y que me perdonen los portugueses, a los que también deseo lo mejor.